Pues a fe, señores míos ...

Archive for the ‘Literatura’ Category

En pos del Milenio

In Historia, Libros on julio 30, 2009 at 9:48 am

     «Librería Espartaco. Serreta, 18 – Telf. 509238 CARTAGENA». Así reza el ex libris, funcional y espartano, pegado aún en la primera página del libro. Esta referencia sitúa la compra hacia los año 83-84 aproximadamente, cuando trabajé durante unos seis meses en aquella ciudad. El año 1983 coincide además con la segunda edición que hizo Alianza Universidad de un original que corresponde a 1957, aunque esté basada en la tercera edición anglo-americana de 1970 completamente revisada y ampliada. Fue, casi seguro, la primera vez que leía la palabra «milenarismo» y el título me subyugó. A más de 20 años de distancia no acierto a hilvanar otra razón que me impulsara a su compra.

     Hace unos meses encontré en una librería este título: Pinturas que cambiaron el mundo, cuyas primeras palabras del prefacio eran algo así como «suponiendo que alguna pintura pueda cambiar algún mundo». Yo atesoro una lista de tres libros que cambiaron mi mundo: Sinuhe el egipcio de Mika Waltari, Vacas, cerdos, guerras y brujas de Marvin Harris y En pos del Milenio de Norman Cohn. Bien, es una nómina tan absurda o excelsa como cualquier otra.

 

Portada del libro

Portada del libro

 

     Dice Norman Rufus Colin Cohn, que era el único estudio completo sobre «la tradición del milenarismo revolucionario y del anarquismo mítico que se desarrollo en Europa occidental entre los siglos XI y XVI». En el verano de 2007 leí una reseña sobre su muerte en The New York Times. Hay un párrafo que, en traducción libre, dice: «El Suplemento Literario del The Times incluyó su fundamental libro de 1957, En pos del milenio, en un listado de 1995 con las cien obras de no ficción que, según la percepción de los europeos sobre sí mismos, han tenido mayor influencia tras la II Guerra Mundial. En la lista también se encuentran libros de Camus, Sartre y Foucault».

     La influencia que ejerció sobre mí también fue enorme, pero no se entusiasmen porque soy incapaz de referirla concretamente. Es probable que se necesite la armonía de variados elementos para que esta situación se concrete. Al menos el libro, el tiempo y tu vida (incluyo aquí la voluntad, o predisposición, a que el fenómeno suceda). Mi alma y el momento se encontraron en este libro con bastantes de las cualidades que pueden aún rastrearse fácilmente en mis escritos, en mi vida. Largo tiempo después otra gran obra resumió con maestría (en tres hermosas frases), lo que yo más recordaba de En pos del Milenio: «una masa humana … en movimiento perpetuo», «el peso de lo sagrado», «el espesor del miedo» (FOSSIER, I, 16-19).

       Recupero del primer poema que publicó Borges, en 1923:

 

Son para el solitario una promesa

porque millares de almas singulares las pueblan,

únicas ante Dios y en el tiempo

y sin duda preciosas (BORGES, I, 37)

 

     Como sucede con todos los grandes libros, éste es benditamente polémico. Yo encontré Historia magníficamente documentada y magníficamente contada, revolucionarios, manipuladores, masas sin destino, violencia indiscriminada, dudas (muchas dudas), versiones (muchas versiones), un mundo terrible y cautivador al tiempo, luces y sombras indescifrables, suntuosos propósitos con míseros resultados, analfabetismos manoseables, grandes héroes heterodoxos, una realidad que no imaginaba, …

 

Shylock

In Libros on junio 23, 2009 at 11:40 am

     En el mes de diciembre pasado siete veteranos abogados se reunieron en Nueva York para revisar el caso contra Shylock. No es una broma. La BBC publicó la noticia en su página web el 5 de enero y la recogió El País cuatro días más tarde.

     Mas lo que me interesa no es la curiosa noticia, sino la excusa para hablar de Shylock. Perdón. No le he presentado porque supongo que es conocido de todos. Pero en cualquier caso, … Shylock es un judío prestamista (la primacía del adejtivo no es casual) en la obra de teatro El Mercader de Venecia de William Shakespeare. Si hay alguien que no la haya leído se la recomiendo fervientemente. Shylock es un personaje universal y eterno, tanto como otros que dieron título a los dramas de Shakespeare: Hamlet, Macbeth, Lear, Otelo, salvo que el judío no le dio nombre a la obra. En los tres siglos, aproximadamente, que conocemos como Edad Moderna hay muchos escritores y muchos textos de conveniente lectura, éste, para mi, es uno de los ineludibles.

     La trama de El Mercader de Venecia es muy simple: un mozo quiere conquistar a una bella dama para lo que necesita bastante dinero, un amigo suyo le sirve como fiador para que pueda pedirlo prestado y cuando llega la hora de pagar al prestamista ni demandante ni fiador tienen el dinero para hacerlo. Evidentemente, el prestamista exige el pago. En esta trama principal se insertan dos secundarias de un amorío cortés y otro seudo-imposible. Tan simple que podría parecer pueril. Pero este argumento de dos líneas, insulso, en manos de un genio se convierte en una delicia. Y lo hace porque Shakespeare pone todo el énfasis en el supuesto usurero. La primera frase de Shylock es:

 

– ¿Tres mil ducados?… Bien.

 

     Para la crítica simple y los libros escolares Shylock es el modelo de avaro universal, por encima del Harpagón de Moliere o del Grandet de Balzac. Los tres forman la oligarquía de la mezquindad literaria. Sin embargo existe un abismo entre ellos. Harpagón no es sino una caricatura liviana que no merece ser comparada con Shylock (sería como comparar un botijo con un kantharos).

 

Kantharos de figuras negras, c. 560 a. de C. Museo del Louvre. París.

Kantharos de figuras negras, c. 560 a. de C. Museo del Louvre. París.

 

     Grandet, sin embargo, es un soberbio personaje. Magistral en la pluma de Balzac. Pero su presencia aplastante es prácticamente muda: «cuatro frases exactas como fórmulas algebraicas, le servían habitualmente para abarcar y resolver todas las dificultades de la vida y del comercio: «No sé, no puedo, no quiero, ya veremos»» (BALZgrand, 22). Y su caracterización más perfecta quizás sea su muerte: «Cuando el sacerdote le acercó a los labios el crucifijo de plata sobredorada para que besase la imagen de Cristo, Grandet hizo un tremendo gesto para cogerlo y aquel último esfuerzo le costó la vida» (BALZgrand, 214).

     Shylock, por contra, es la palabra. El argumento. Como corresponde a una obra teatral el judío se define por sus diálogos, y éstos nos muestran a un enorme polemista lleno de virtudes y defectos. Es decir, a un completo ser humano inteligente y capaz. Que Shylock es un usurero no admite dudas, pero que su interés no lo guía la crematística sino el odio y la ira tampoco parece discutible. Así pues, es un usurero extraño al menos. Shakespeare lo dibuja como un poderosísimo razonador analógico en busca siempre de lo que une, que, ya sea maravilloso o perverso, siempre es humano. El método de razonamiento de Shylock se ha denominado de diferentes maneras a lo largo de la historia: inducción oratoria, inducción retórica, inducción socrática, argumentación analógica, argumento a pari … (quizás no sea extraño que el primero en sistematizarlo fuese Francis Bacon, inglés contemporáneo de Shakespeare), pero está en la raíz de toda la cultura clásica, desde Sócrates, la Biblia o Quintiliano.

     Puede que Shylock sea un ser despreciable (o no), pero es seguro que su método argumentativo demuestra que Antonio, Bassanio (y el resto de cristianos) lo son en igual medida cuanto menos. Puede que su proceder político sea cruel, pero no menos que el del propio estado veneciano. Enfrentado así contra todos, Shylock demuestra sin ambages su absoluta igualdad moral y su superioridad intelectual, de manera que sólo una serie de trampas «judiciales» burdas, caricaturescas e indefendibles es capaz de condenarle sin sentido. Esto es lo que, cuatrocientos años después, analizaron en Nueva York los siete veteranos abogados.

 

Shylock

 

     Aunque millones de veces repetido, no me resisto, para finalizar, a transcribir el más famoso de sus monólogos, una emocionante catilinaria contra el racismo y contra el miedo al otro que pronuncia Shylock y que no tiene refutación posible:

 

Ha arrojado el desprecio sobre mí, me ha impedido ganar medio millón; se ha reído de mis pérdidas, se ha burlado de mis ganancias, ha menospreciado mi nación, ha dificultado mis negocios, enfriado a mis amigos, exacerbado a mis enemigos; ¿y qué razón tiene para hacer todo esto? Soy un judío. ¿Es que un judío no tiene ojos? ¿Es que un judío no tiene manos, órganos, proporciones, sentidos, afectos, pasiones? ¿Es que no está nutrido de los mismos alimentos, herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos medios, calentado y enfriado por el mismo verano y por el mismo invierno que un cristiano? Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos cosquilleáis, ¿no nos reímos? Si nos envenenáis ¿no nos morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos? Si nos parecemos en todo lo demás, nos pareceremos también en eso. Si un judío insulta a un cristiano, ¿cuál será la humildad de éste? La venganza. Si un cristiano ultraja a un judío, ¿qué nombre deberá llevar la paciencia del judío, si quiere seguir el ejemplo del cristiano? Pues venganza. La villanía que me enseñáis la pondré en práctica, y malo será que yo no sobrepase la instrucción que me habéis dado (SHAKEStp, act. III, esc. I, 398-399)

 

     Shylock recurre aquí, como siempre, a un argumento a pari (fundado en razones de semejanza y de igualdad) irrevocable: si un cristiano es un hombre, y si un judío es un hombre, ¿no actuaremos ambos como hombres? ¿Como miserables hombres?.

Qohéleth

In Cultura, Filosofía (barata), Libros on enero 8, 2009 at 9:23 am

     Qohéleth es palabra hebrea que aparentemente designa el oficio de predicador o al predicador mismo, derivada de la raíz qahal que significa convocar una asamblea. De aquí que Qohéleth sea el predicador que se dirige a una asamblea. Se tradujo al griego utilizando la palabra ekklesiastes que deriva de ekklesia = asamblea de ciudadanos y que dio el latino ecclesiastes = predicador. Así que al vigésimo primer libro del Antiguo Testamento se le llama en castellano Eclesiastés. Este libro, que para algunos se encuentra «en la Biblia por error de los hombres y providencia de Dios», es el preferido de los agnósticos y ateos. 

     Parece que existe una importante discusión sobre si el libro lo escribió el rey Salomón, como parece desprenderse del mismo texto, o si sólo se trata de una ficción literaria para darle lustre y, en realidad, fue escrito bastante después, hacia el siglo III a. de C. por un desconocido. No es indiferente, por supuesto, que sea una u otra la autoría pero la peor de las opciones no menoscaba su calidad ni su grandeza. En el Eclesiastés, un libro que tiene bastante más de 2000 años y es de rabiosísima actualidad, se encuentran condensadas algunas de las cosas más hermosas que he leído nunca. No es de extrañar que lo relea habitualmente junto con otros clásicos. Y no es de extrañar que en las tres ediciones que tengo actualmente de él se amontonen los subrayados y anotaciones. 

     Modelo e inspiración para cientos, miles, de poetas y escritores de todos los tiempos y todos los espacios, yo anotaré aquí una famosísima utilización que conozco y concluiré con ello la presentación de un libro que puede dar trabajo a generaciones. Leemos en 3, 1 (cito por BIBLIA): 

 

     Todo tiene su momento, 

y cada cosa su tiempo bajo el cielo: 

Hay tiempo de nacer y tiempo de morir. 

Hay tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado. 

Hay tiempo de matar y tiempo de sanar. 

Hay tiempo de destruir y tiempo de edificar. 

Hay tiempo de llorrar y tiempo de reír. 

Hay tiempo de gemir y tiempo de bailar. 

Hay tiempo de esparcir piedras y tiempo de recogerlas. 

Hay tiempo de abrazarse y tiempo de privarse del abrazo. 

Hay tiempo de buscar y tiempo de perder. 

Hay tiempo de guardar y tiempo de tirar. 

Hay tiempo de rasgar y tiempo de coser. 

Hay tiempo de callarse y tiempo de hablar. 

Hay tiempo de amar y tiempo de aborrecer. 

Hay tiempo de guerra y tiempo de paz. 

 

     Con esta serie hermosa de anáforas y aliteraciones, T.S. Eliot construyó una magnífica estrofa, parte del primer poema, del segundo cuarteto, de su obra Cuatro Cuartetos (ELIOTCC, 98-99): 

 

     Houses live and die: there is a time for building 

And a time for living and for generation 

And a time for the wind to break the loosened pane 

     (Las casas viven, mueren: hay un tiempo 

para edificar y para la vida 

y la generación y un tiempo 

para que el viento rompa el vidrio suelto) 

Ibsen (no yo) contra Cobre las Cruces

In Actualidad, Libros, Local (Gerena), Política on septiembre 8, 2008 at 11:16 am

     En 1882 Ibsen escribió una obra teatral aterradora: Un enemigo del pueblo. Este drama cuenta entre sus páginas con algunas de las frases más famosas y utilizadas entre los aficionados a recolectar citas célebres. La obra, y el autor, bien merecen una lectura atenta y especial que dejaremos para mejores ocasiones. Lo que me interesa sacar a colación en este momento es el fondo de la intriga. Un pequeño pueblecito del sur, maltratado por la situación económica, ha encontrado en la inauguración de un balneario termal la solución a todos sus problemas. Trabajo, prosperidad económica, bienestar ciudadano, estabilidad social, … Pero, entre tanta alegría, el médico del pueblo, el doctor Stockmann, descubre que las aguas que surten al balneario están contaminadas y no es que no sean beneficiosas para los enfermos que vienen en tropel a recibirlas, sino que serán ponzoñosas para todos. El doctor Stockmann urge la realización de las obras necesarias para sanear las aguas; la inmensa mayoría de la población, encabezados por el alcalde y la prensa local, rechazan tales pretensiones que implicarán la realización de obras costosísimas y el cierre del establecimiento durante, al menos, dos años. 

     A los que no hayan leído el libro, les prometo que no he añadido ni una sola circunstancia que no esté en la obra. Parece mentira que Ibsen fuese noruego y escribiese esto hace unos 125 años ¿verdad?. Lo podría haber firmado cualquier dramaturgo aficionado de Gerena ayer mismo. 

     El título deviene de la acusación que le lanza el alcalde al médico. Y la actuación de éste (que no desvelaré) es bastante discutible. En cualquier caso la posición que defiende el alcalde, junto con algunas de las fuerzas vivas del pueblo ejemplificadas en la prensa, es verdaderamente insostenible: está dispuesto a jugar con la salud y el futuro de toda la comunidad (y mucho más: con la de los enfermos visitantes) a cambio de una estrategia miope que sólo ve el momento inmediato. Aquí está el fiel de la balanza que hay que sopesar. Este, justamente, es el análisis exigible a los responsables de tomar decisiones, que yerran encaminándose hacia las descalificaciones personales. ¿Podemos estar seguros de que es conciliable el ahora con el futuro?. Y si no es así, ¿cuál es la opción correcta?. En el pueblo noruego de Ibsen no hay duda: cerrar el balneario. 

     Un último apunte interesante. En la obra la decisión final (aunque de forma indirecta y algo más complicada) se toma en una asamblea de todos los ciudadanos.

Funes, el historiador memorioso

In Historia, Libros on agosto 17, 2008 at 7:56 am

     Escribir cualquier pequeño detalle sobre Borges es arriesgarse en «una enorme tormenta color pizarra» (BORGfunes, 77). El escritor argentino (ya podemos empezar por discutir esto) es hoy un mito. Los libros, tratados, estudios, comentarios, escritos, tesis, … sobre su vida y su obra dan miedo. Como dijo otro gran pensador, Cioran, «la desgracia de ser conocido se ha abatido sobre él» (DOSIL, 90). Entiéndase entonces, por favor, que, no sólo éstas sino, todas las ideas publicadas en este diario visible y electrónico, son poco más que leves apuntes iniciales a una impredecible teoría de la vida, o de la muerte. Que son trazos inseguros, fragmentados y fragmentarios, como esa roca que, sin saber por qué, llamamos pizarra, aptos para ser ampliados, desmentidos o sustituidos por su razón contraria. Que ni siquiera son perspicuas. Y que, sobre todas las cosas, se deben a una osadía quizás merecedora de castigo eterno. 

     Borges escribió a principios de los años 40 un cuento que incluyó en su libro Artificios: «Funes el memorioso». Como casi todas sus obras, ésta, es citada por científicos de todo el mundo como argumento de autoridad. Y, en concreto, los historiadores han hecho abundante uso de ella para respaldar, o no, sus opiniones. Así conocí yo el cuento, a través de la historia, aunque ya lo había leído y olvidado antes (¿cuántas veces hay que leer el mismo cuento para desentrañar sus infinitas posibilidades? ¿Desde cuántos puntos de vista puede analizarse este Funes?). 

     Si paso por alto el escalofrío que siento al intentar resumir a Borges, el argumento del cuento es simple: Ireneo Funes, a la edad de diecinueve, sufre una caída que le priva del movimiento y de la capacidad de olvidar. A partir de entonces, cada cosa que imagina o percibe queda grabada en su memoria con una fidelidad absoluta: tarda un día entero en recordar un solo día. Funes pasa sus últimos años recluido en su habitación, a oscuras, procurando evitar cualquier sensación y el más leve recuerdo (DOSIL, 91). Borges parece tomar aquí un aspecto magistralmente tratado por Nietzsche algo más de cincuenta años antes y al que denominó «la capacidad de olvido». Nos cuenta el filósofo alemán que «un poco de silencio, un poco de tabula rasa de la consciencia, a fin de que de nuevo haya sitio para lo nuevo, y sobre todo para las funciones y funcionarios más nobles, para el gobernar, el prever, el predeterminar (…) éste es el beneficio de la activa, como hemos dicho, capacidad de olvido, una guardiana de la puerta, por así decirlo, una mantenedora del orden anímico, de la tranquilidad, de la etiqueta: con lo cual resulta visible en seguida que sin capacidad de olvido no puede haber ninguna felicidad, ninguna jovialidad, ninguna esperanza, ningún orgullo, ningún presente» (NIETZgmoral, 66). Funes no puede olvidar nada. «Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas, etc.» (BORGfunes, 80). Esto es lo que se conoce en Historia, y en el conjunto de las ciencias sociales y físicas, como empirismo. 

     ¿Adonde nos conduce el conocimiento completo del pasado, si fuese posible. La acumulación infinita de datos? ¿Cómo podríamos definir un pajaro si en nuestra explicación debiésemos tener en cuenta la infinita variabilidad de esta clase de animales. Y su variación entre el amanecer del sol y un día nublado. Y volando contra el cielo despejado o posado en una encina?. Para hacer Historia necesitamos pensar y entonces, según Nietzsche «cuánto debe haber aprendido antes el hombre a separar el acontecimiento necesario del casual, a pensar casualmente, a ver y a anticipar lo lejano como presente, a saber establecer con seguridad lo que es fin y lo que es medio para el fin, a saber en general contar, calcular» (NIETZgmoral, 66-67). Y según Borges: «Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos» (BORGfunes, 80). 

     Borges mató a Ireneo Funes de una congestión pulmonar. Nietzsche lo habría matado de una dispepsia. De cualquiera de la dos formas podría morir la Historia, convertida en una inacabable colección de sucesos, sociedades, instituciones, curiosidades y excentricidades. Detalles sin una relación más que superflua e inmediata entre ellos.